Una pequeña locomotora de vapor debía
arrastrar un largo tren.
Andaba muy bien hasta que llegó a una
empinada colina. Entonces, por mucho que se esforzaba, no lograba mover
el largo tren.
Tiró y tiró. Sopló y resopló. Retrocedió
y avanzó. ¡Chu-chu! ¡Chu-chu!
Pero era inútil. Los vagones no subían
por la colina.
Al final la locomotora dejó el tren y
echó a andar sola por las vías. ¿Creéis que había dejado de trabajar? ¡Claro
que no! Iba en busca de ayuda.
“Sin duda encontraré a alguien que me
ayude”, pensaba.
La pequeña locomotora cruzó la colina y
continuó la marcha. ¡Chu-chu! ¡Chu-chu!
Pronto vio una gran locomotora de vapor
que se encontraba en un tramo lateral. Parecía muy grande y fuerte.
Pasando al lado, la pequeña locomotora dijo:
-¿Me ayudarías a traer mi tren desde el
otro lado de la colina? Es tan largo y pesado que no puedo subirlo.
La locomotora grande miró a la
locomotora pequeña.
-¿No ves que he terminado mi día de
trabajo? –dijo-. Me han fregado y lustrado para mi próximo viaje. No,
no puedo ayudarte.
La pequeña locomotora lo
lamentó, pero continuó su camino. ¡Chu-chu! ¡Chu-chu!
Pronto llegó adonde otra locomotora
grande descansaba en un tramo lateral. Soplaba y resoplaba, como si estuviera
cansada.
“Ella podrá ayudarme”, pensó la pequeña
locomotora. Se le acercó y preguntó:
-¿Me ayudarías a traer ni tren desde el
otro lado de la colina? Es tan largo y pesado que no puedo subirlo.
La segunda locomotora respondió:
-Acabo de llegar de un viaje muy largo.
¿No ves que estoy muy cansada? ¿No puedes conseguir otra máquina que te ayude?
-Lo intentaré –dijo la pequeña
locomotora, y reanudó la marcha. ¡Chu-chu! ¡Chu-chu!
Al rato se encontró con una locomotora
pequeña, igual que ella. Se le acercó y dijo:
-¿Me ayudarías a traer mi tren desde el
otro lado de la colina? Es tan largo y pesado que no puedo subirlo.
-Claro que sí –dijo la locomotora
pequeña-. Me alegrará ayudarte, si puedo.
Así las pequeñas locomotoras regresaron a
donde estaba el tren. Una locomotora se puso a la cabeza del tren, y la otra a
la cola.
Resoplaron, chirriaron, y al final
arrancaron.
Poco a poco los coches se pusieron en
movimiento. Poco a poco subieron la empinada colina. Mientras subían, las dos
locomotoras se pusieron a cantar:
-¡Creo-que-puedo! ¡Estoy segura de
que puedo! ¡Creo-que-puedo! ¡Estoy segura de que
puedo! ¡Creo-que-puedo! ¡Estoy segura de que
puedo! ¡Creo-que-puedo!¡Estoy segura de que
puedo! ¡Creo-que-puedo!
¡Y pudieron! Muy pronto habían
subido la colina y bajaban por la otra ladera. Ahora estaban de nuevo
en la llanura, y la pequeña locomotora podía arrastrar el tren sin ayuda. Así
que agradeció a la otra locomotora su ayuda y se despidió.
Y mientras continuaba
alegremente su camino, canturreaba:
-¡Creí-que-podía! ¡Creí-que-podía!
¡Creí-que-podía! ¡Creí-que-podía! ¡Creí-que-podía! ¡Creí-que-podía!
¡Creí-que-podía! ¡Creí-que-podía! ¡Creí-que-podía! ¡Creí-que-podía!
¡Creí-que-podía!
De William J. Bennett